En su comentario a la película Azul de Krzysztof Kieslowski,
Constantino Carvallo señala con lucidez que existen, entre las múltiples
relaciones de amor o afecto, dos que son de naturaleza completamente
diferentes: aquellas que se tienen con alguien que sigue presente, con vida, y
aquellas otras con las personas que la muerte ha quitado de nuestro lado. Estas
últimas tiene ciertas peculiaridades que las vuelven entrañables y profundas.
El proceso de duelo y la presencia de la persona amada, a lo largo de nuestra
vida adquieren un eco especial en el trasfondo de nuestras conciencias y
afectos.
Michael
Haneke, con su película Amour, decide colocarnos en otra posición. Allí no nos
encontramos en la situación de quien tiene el ser amado presente, ni aquella en
la que el ser querido ya no está; aquí éste se encuentra en un proceso de
transición. En este proceso observamos al ser amado acabarse progresivamente,
pasar de la vida a la muerte en un lento proceso de deterioro físico y mental.
Haneke nos presenta este proceso sin dramatismo ni concesiones.
Como en la Cinta blanca, no hay
música de fondo, sino sólo aquella que es interpretada al interior de la
película. Esta posición que adquiere la
música sugiere que el personaje que observa tiene una mirada desafectada, pero
involucrada. La música que él mismo personaje coloca es la expresión serena y
sentida de sus afectos. En Amour este juego de la música y los afectos se realiza de manera natural. Una persona
podría, muy bien asumir la posición del esposo de Anne, quien muestra dolor de
manera serena porque el proceso de deterioro de su amada ha sido lento y
paulatino. Él observa y participa de este deterioro permanentemente, por ello
el desgaste de Anne le da la oportunidad de procesar afectivamente la situación
de transición a la muerte. Pero dicha serenidad se ve rota, por momentos,
debido a que éste se encuentra sólo en este trance. Los detalles cotidianos del
cuidado y el deterioro se presentan con detalle y cuidado. La silla de ruedas,
la ayuda en el desplazamiento, en la alimentación, el cambio de pañales, la
impotencia y la ira contenida, las manifestaciones de violencia.
Las demás personas aparecen en
diferentes situaciones y roles. Los vecinos que dan la mano con cosas muy
puntuales, los tenderos que ayudan subir las cosas, los viejos alumnos que
sienten admiración por sus ancianos maestros, las enfermeras. Pero una
presencia especial es la de la hija, la tercera miembro de la familia, quien no
vive con sus padres, pero que asume la desesperación de quien se topa de cuando
en cuando con una madre cada vez más acabada, hasta que el padre le impide
verla. El padre la aparta porque se encuentra imposibilitada de dar una
solución razonable al problema de cómo atender a la madre.
El esposo, con su observación del
proceso y su labor en el cuidado se encuentra en esta situación dolorosa y
privilegiada. Pocas cosas lo toman por sorpresa. Quienes nos hemos encontrado
en esa situación que la vida impone a algunos podremos encontrar en Amour no
sólo una gran película, sino un referente para continuar con el proceso del
duelo tras el deterioro, porque con ella Haneke logra describir exitosamente
vivencias y detalles únicos.
Etiquetas: agonía, Amour, Azul, Constantino Carvallo, dolor, Kieslowski, La cinta blanca, Michael Haneke, muerte.
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