La
historia de mi relación con los libros ha sido singular. Si bien aprendí a leer
en la escuela, cuando todo niño de mi generación lo hacía, tenía una dificultad
interior especial frente a textos largos: la angustia frente a la inmensidad,
podría llamarla hoy. La ansiedad bloqueaba mi contacto con los libros. En ese
entonces leía uno que otro poema, pero me costaba enfrentar una novela o un
cuento.
Las
cosas cambiaron cuando mi profesora de Historia del Perú de quinto de media me
presentó el libro de Julio Cotler Clases,
Estado y Nación en el Perú. Si bien no lo leí completo, sino sólo algunos
capítulos que nutrieron mis reflexiones sociales, se convirtió en el primer
impulso significativo hacia el libro. El segundo impulso, más poderoso aún, fue
cuando conocí a una joven de mi edad que era vital, solar y apasionada por la
lectura. Lo primero que motivada por ella fueron los cuentos de Oscar Wilde, y
después un libro inmenso que jamás me imaginé leer completo: Éxodo, de León Uris.
Libro que tenía como 600 páginas y que leí en una semana, a fuerza de
disciplina e interés. En esa época ya estaba terminando el colegio y me
preparaba para postular a la
Universidad. Cuando ingresé, durante las pocas semanas que tenía antes de
iniciar mis clases decidí leer Los ríos
profundos de Arguedas, y poesía. Entre Uris y Arguedas vino a mis manos Cien años de soledad, algunos cuentos de
Cortázar y Neruda, entre otras cosas. Ello me sirvió como entrenamiento para
leer en la Universidad. Aunque no todo lo leía por placer, ni con la misma
pasión.
En
un determinado momento sentí que debía comprar libros y formar mi propia
biblioteca. Mis padres y mi hermano mayor eran lectores voraces, y en cas
teníamos una discreta biblioteca que contenía sobre todo novelas y cuentos en
español y en italiano. Pero no faltaban libros de poesía, teatro y de ciencias
sociales. Lo primero que busqué fue poesía y teatro. Ciencias sociales no
compraba mucho. Otra cosa que buscaba eran novelas que pudiesen interesarme. Mi
interés por el teatro de García Lorca es lo que más recuerdo. Ingresado ya en
la filosofía comencé a leer y comprar libros de los filósofos que me
interesaban. Las fotocopias y los anillados proliferaron. Comencé a vivir dos
pasiones diferentes pero que se conectaban por momentos: la de leer y la de
comprar libros. Comencé a cultivar lo que podría llamar “la vanidad del
intelectual”, a saber, la de sentirme satisfecho por tener en mi poder tal o
cual libro.
Pero
la capacidad de utilizar los libros para reflexionar sobre mi vino después. Recuerdo
la lectura de Paula, de Isabel Allende, como un libro importante. Pero sobre
todo el Diario Intimo de Frida Kahlo fue decisivo en ese giro: pasar de
simplemente leer a explorar lo que leía y explorarme a través de las lecturas.
Otra joven que conocí en ese entonces fue una presencia importante en este tránsito.
Ello me llevó a leer poesía con un
sentido de exploración de mis afectos. Leía los poemas que me tocaban más
varias veces. Luis Cernuda se convirtió, hasta el día de hoy en un referente.
Su sensibilidad me permitía tocar mi propia sensibilidad.
Cuando
comprendí plenamente que el libro y la filosofía se convertirían en ejes de mi
vida, comencé a leer a filósofos con cierto apasionamiento. Dewey y James,
hasta que llegué a Kant, pasando antes por Hegel. A pesar de su dureza, la Crítica de la razón pura ha sido el
libro filosófico que encontré más fascinante y bello. Disfruté cada vez que
leía, y sigo sintiendo el mismo goce aún ahora. Tal vez el filósofo que más he
leído es Kant, no en vano le dediqué dos tesis, y haría una tercera en Kant. Kant
me estructuró la cabeza más que nadie, y Cernuda hizo lo mismo con la sensibilidad. Tanto en la
filosofía como en la literatura encontré libros y autores que me apasionaron,
Kant y Cernuda me marcaron decididamente.
Mu
relación con la novela ha sido diferente. Leí novelas esporádicamente.
Actualmente tengo a Tiempos difíciles
de Dickens entre mis manos. Paris era una
fiesta de Hemingway, los cuentos de y Nieve
de primavera de Mishima. Ente los cuentos, Muerte en estío, El patriota
y El sacerdote. Pero hay muchas cosas
que esperan por mí. A veces quisiera tener más tiempo para leer lo que me
apasiona, y a veces lo hago, descuidando las otras cosas. En un momento de mi
vida decidí tomar las cosas con más ligereza y sopesar mis prioridades con más
frescura. En fin. Ya no me angustia tanto no haber leído jampas el Quijote, ni
tampoco me quita el sueño no hacer lo que debiera por hacer lo que me da la
gana.
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