A causa de mis dificultades y limitaciones físicas, además de mis frustraciones internas, siempre me he sentido retrasado en la carrera de la vida. Mientras los demás podían correr, yo caminaba con mucha lentitud. Cuando todos ya habían terminado, yo aún estaba a mitad de las tareas.
Por razones que son perfectamente comprensibles, muchos de quienes me ayudaron a recuperar algunas de las habilidades que había perdido me transmitieron, de manera completamente inconciente, la siguiente idea: “la vida es una carrera (una competencia) y yo estaba con retraso en ella”. De modo que debía trabajar duro (y ellos lo hicieron también conmigo) para que pueda recuperar posiciones en ella y pueda tener algunos éxitos. Así, aprendí a leer con retrazo, pero aprendí. Y aunque mi primera novela completa la leí recién a los 18 años, lo hice. Después de tres intentos logré ingresar a la universidad, y después de un tiempo pude terminar una “carrera”. La idea era vencer los obstáculos para no quedarse atrás en la vida.
No quiero decir en absoluto que todos esos esfuerzos no hayan sido muy valiosos y de gran ayuda para mí. No encuentro nada de malo en ese apoyo. Todo lo contrario, lo agradezco profundamente. Lo malo se encuentra en esa creencia inconciente que decía “la vida es una carrera; tienes que recuperar el tiempo perdido y correr, si quieres tener éxito en ella”.
Esa idea dio vueltas por mi cabeza durante demasiado tiempo y me causaba gran sufrimiento y frustración, ya que no podía alcanzar los logros que mis amigos de colegio y universidad habían obtenido. En la comparación siempre me encontraba perdiendo abrumadoramente y no me ayudaba el que me trataran de convencer de que mi inteligencia era alta… pero lenta.
Gracias a que a lo largo de los años pude entrar en contacto con personas que me dieron algunas luces, logré acoger la idea de que era una persona única (como todo el mundo lo es) y que si podía compararme con alguien, era conmigo mismo, es decir, ver qué cosas había hecho los años anteriores y contrastar eso con lo que estaba haciendo ahora. Adquirí con ello un sentido de subjetividad, es decir, comencé a sentirme un sujeto único, con mis particularidades, y que no estaba ni en competencia ni en exhibición.
Hace unos meses leyendo un libro maravilloso de Amartya Sen sobre la India contemporánea encontré la formulación más clara de lo que estaba viviendo. En él Sen menciona algunos de los objetivos de la escuela en la que se formó de niño en la India. Dicha escuela había sido fundada por Tagore y tenía entre sus metas no fomentar la búsqueda del éxito sino fomentar la curiosidad. La exigencia del éxito (en la competencia) es fuente de grandes frustraciones y bloqueos en la vida de las personas. Ella nos inserta en una carrera que conduce a una meta que tal vez no deseamos y con la que no estamos comprometidos de manera vital. El fomento de la curiosidad es fuente de la creatividad y de la creación de nosotros mismos. Abrimos así nuestro propio camino, completamente subjetivo, aquél con el que estamos comprometidos plenamente, con toda nuestra vida. Nos respetamos a nosotros mismos y no nos exigimos ser lo que ni queremos ni podemos ser.
Lamentablemente la educación en el Perú está orientada hacia el modelo de la competencia en el mercado. Incluso me he encontrado diciéndoles a mis alumnos que en eso están, y por ello tienen que estudiar más, de lo contrario quedarían rezagados. Les pido a mis alumnos y alumnas disculpas por esas palabras, que no pueden ser más que un despropósito. Ciertamente, tienen que estudiar, pero no para “competir” sino para crecer como personas.
Y a mí, muchas veces, me sigue costando seguir fomentando mi propia curiosidad. Tal vez una de mis mayores curiosidades sea el conocerme a mí mismo, y no sólo en el sentido en que lo indican los filósofos platónicos.