en tus huellas dactilares el silencio habita

en este espacio quiero compartir con todos mis creaciones literarias, que me vienen acompañado varios años

domingo, 26 de abril de 2009

Sobre el libro de Constantino Carvallo (Primera parte)

Hace ya varios meses leí el libro de Constantino Carvallo (Diario Educar). Desde hace varias semanas vuelvo a él de una u otra manera: con el recuerdo, con la lectura de mis anotaciones, con el mismo libro en la mano, abriendo sus páginas y leyendo algunos fragmentos, y con aquél mágico poder de la fantasía que lo trae todo de pronto a la presencia, tal como sucede en los sueños.

He vuelto hoy sobre mis anotaciones y debo dar fe de algo que me llamó la atención entonces y hoy también me sigue sorprendiendo: en general me resulta difícil la lectura de un libro (curioso, ¿cierto?) y sin embargo me he dedicado a una profesión que me exige leer. Al leer me demoro mucho y me vence la ansiedad por terminar el libro, el capítulo o la página. Por delante va la ansiedad y le sigue la comprensión (extraña y peligrosa combinación). Es como si leer fuese una obligación y no un placer.

Otra dificultad es la distracción. Mi mente no puede concentrarse en la linealidad del texto, sino que salta a otra cosa (a veces sin conexión), como quien desea zafar. ¿Zafar adónde? Tal vez volver de nuevo a la muerte, a la parálisis, al coma. No sólo eso, sino que el detener la lectura para recordar lo que he leído y reconstruir su sentido me es muy difícil y molesto. ¿No son acaso esas constantes distracciones una rebeldía interna contra aquél imperativo que resuena inconcientemente en mi cabeza “¡debes leer porque es tu trabajo!”, “¡Debes hacerlo porque es lo que toda persona educada hace!”, “¡Debes hacerlo porque estás en la competencia1” . Pero tal vez se trate de algo más amplio, más grande que la lectura: pocas veces se siento a gusto en una actividad. A veces es dictando una clase, aunque no todas me relajan, como quien maneja un buen auto disfrutándolo. Muchas de mis actividades son “manejar a presión, para no llegar tarde”
¿Qué tiene que ver esto con el libro de Carvallo? Se trata de que en él encuentro una dificultad adicional. Pero de ello no hablaré hoy.

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jueves, 9 de abril de 2009

Sobre la curiosidad

A causa de mis dificultades y limitaciones físicas, además de mis frustraciones internas, siempre me he sentido retrasado en la carrera de la vida. Mientras los demás podían correr, yo caminaba con mucha lentitud. Cuando todos ya habían terminado, yo aún estaba a mitad de las tareas.

Por razones que son perfectamente comprensibles, muchos de quienes me ayudaron a recuperar algunas de las habilidades que había perdido me transmitieron, de manera completamente inconciente, la siguiente idea: “la vida es una carrera (una competencia) y yo estaba con retraso en ella”. De modo que debía trabajar duro (y ellos lo hicieron también conmigo) para que pueda recuperar posiciones en ella y pueda tener algunos éxitos. Así, aprendí a leer con retrazo, pero aprendí. Y aunque mi primera novela completa la leí recién a los 18 años, lo hice. Después de tres intentos logré ingresar a la universidad, y después de un tiempo pude terminar una “carrera”. La idea era vencer los obstáculos para no quedarse atrás en la vida.

No quiero decir en absoluto que todos esos esfuerzos no hayan sido muy valiosos y de gran ayuda para mí. No encuentro nada de malo en ese apoyo. Todo lo contrario, lo agradezco profundamente. Lo malo se encuentra en esa creencia inconciente que decía “la vida es una carrera; tienes que recuperar el tiempo perdido y correr, si quieres tener éxito en ella”.

Esa idea dio vueltas por mi cabeza durante demasiado tiempo y me causaba gran sufrimiento y frustración, ya que no podía alcanzar los logros que mis amigos de colegio y universidad habían obtenido. En la comparación siempre me encontraba perdiendo abrumadoramente y no me ayudaba el que me trataran de convencer de que mi inteligencia era alta… pero lenta.

Gracias a que a lo largo de los años pude entrar en contacto con personas que me dieron algunas luces, logré acoger la idea de que era una persona única (como todo el mundo lo es) y que si podía compararme con alguien, era conmigo mismo, es decir, ver qué cosas había hecho los años anteriores y contrastar eso con lo que estaba haciendo ahora. Adquirí con ello un sentido de subjetividad, es decir, comencé a sentirme un sujeto único, con mis particularidades, y que no estaba ni en competencia ni en exhibición.

Hace unos meses leyendo un libro maravilloso de Amartya Sen sobre la India contemporánea encontré la formulación más clara de lo que estaba viviendo. En él Sen menciona algunos de los objetivos de la escuela en la que se formó de niño en la India. Dicha escuela había sido fundada por Tagore y tenía entre sus metas no fomentar la búsqueda del éxito sino fomentar la curiosidad. La exigencia del éxito (en la competencia) es fuente de grandes frustraciones y bloqueos en la vida de las personas. Ella nos inserta en una carrera que conduce a una meta que tal vez no deseamos y con la que no estamos comprometidos de manera vital. El fomento de la curiosidad es fuente de la creatividad y de la creación de nosotros mismos. Abrimos así nuestro propio camino, completamente subjetivo, aquél con el que estamos comprometidos plenamente, con toda nuestra vida. Nos respetamos a nosotros mismos y no nos exigimos ser lo que ni queremos ni podemos ser.

Lamentablemente la educación en el Perú está orientada hacia el modelo de la competencia en el mercado. Incluso me he encontrado diciéndoles a mis alumnos que en eso están, y por ello tienen que estudiar más, de lo contrario quedarían rezagados. Les pido a mis alumnos y alumnas disculpas por esas palabras, que no pueden ser más que un despropósito. Ciertamente, tienen que estudiar, pero no para “competir” sino para crecer como personas.

Y a mí, muchas veces, me sigue costando seguir fomentando mi propia curiosidad. Tal vez una de mis mayores curiosidades sea el conocerme a mí mismo, y no sólo en el sentido en que lo indican los filósofos platónicos.

Reflexión sobre el dolor

Me cuesta mucho trabajar mi propio dolor. Hoy es como escribir fuese un modo de llorar un dolor profundo, psíquico, interno que me hace rechazar a todos. .Tal vez la razón por la que los sentimientos me capturan de este modo es por la presencia de ese dolor que juega un papel ambiguo: por momentos me revuelca y en otro lo ignoro. A veces no encuentro una vía intermedia. Pero desde hace unos años he llevado a cabo un proceso de elaboración de ese dolor. Pero de todos modos, ese trabajo sigue siendo bastante duro.
Parece preciso tocar las partes que duelen para curarlas. A veces se dice que es posible elaborar el dolor por medio del arte, pero por momentos desconfío de eso ¿el arte elabora el dolor o simplemente lo camufla? Aquí hay que hilar fino: existen formas de arte auténtico que elaboran, trabajan el dolor, como si fuese su materia prima. La obra surge entonces de nuestras frustraciones y sufrimientos. Kant creía que el ser humano desarrollaba su capacidad de pensar y crear a partir de las frustraciones de sus instintos, de sus deseos y anhelos no realizados. Es como si para Kant la capacidad de pensar y reflexionar brota de esas experiencias dolorosas. Tugendhat piensa que la mística eleva su vuelo cuando nos encontramos ante esas frustraciones.
Pero las relaciones con los otros pueden ser expresión, entre otras cosas, de ese dolor: buscamos su compañía porque necesitamos de sus hombros y nos apoyen en el dolor, y a veces su misma presencia puede producirnos dolor, porque con ella coactan nuestros deseos. A veces podemos desear a la otra persona, y su negativa a someterse nos produce una gran frustración. O la frustración del amor no realizado. Pueden llegar hasta a ofrecernos su cuerpo para hundirnos en él, pero su negativa, o la dificultades que ella tiene (incluso sus propios dolores) imposibilita que nos ofrezca aquél tipo de reconocimiento que llamamos amor. Puede llegar a querer, pero no a amar.

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