en tus huellas dactilares el silencio habita

en este espacio quiero compartir con todos mis creaciones literarias, que me vienen acompañado varios años

miércoles, 31 de julio de 2013

            La historia de mi relación con los libros ha sido singular. Si bien aprendí a leer en la escuela, cuando todo niño de mi generación lo hacía, tenía una dificultad interior especial frente a textos largos: la angustia frente a la inmensidad, podría llamarla hoy. La ansiedad bloqueaba mi contacto con los libros. En ese entonces leía uno que otro poema, pero me costaba enfrentar una novela o un cuento.
            Las cosas cambiaron cuando mi profesora de Historia del Perú de quinto de media me presentó el libro de Julio Cotler Clases, Estado y Nación en el Perú. Si bien no lo leí completo, sino sólo algunos capítulos que nutrieron mis reflexiones sociales, se convirtió en el primer impulso significativo hacia el libro. El segundo impulso, más poderoso aún, fue cuando conocí a una joven de mi edad que era vital, solar y apasionada por la lectura. Lo primero que motivada por ella fueron los cuentos de Oscar Wilde, y después un libro inmenso que jamás me imaginé leer completo: Éxodo, de León Uris. Libro que tenía como 600 páginas y que leí en una semana, a fuerza de disciplina e interés. En esa época ya estaba terminando el colegio y me preparaba  para postular a la Universidad. Cuando ingresé, durante las pocas semanas que tenía antes de iniciar mis clases decidí leer Los ríos profundos de Arguedas, y poesía. Entre Uris y Arguedas vino a mis manos Cien años de soledad, algunos cuentos de Cortázar y Neruda, entre otras cosas. Ello me sirvió como entrenamiento para leer en la Universidad. Aunque no todo lo leía por placer, ni con la misma pasión.  
            En un determinado momento sentí que debía comprar libros y formar mi propia biblioteca. Mis padres y mi hermano mayor eran lectores voraces, y en cas teníamos una discreta biblioteca que contenía sobre todo novelas y cuentos en español y en italiano. Pero no faltaban libros de poesía, teatro y de ciencias sociales. Lo primero que busqué fue poesía y teatro. Ciencias sociales no compraba mucho. Otra cosa que buscaba eran novelas que pudiesen interesarme. Mi interés por el teatro de García Lorca es lo que más recuerdo. Ingresado ya en la filosofía comencé a leer y comprar libros de los filósofos que me interesaban. Las fotocopias y los anillados proliferaron. Comencé a vivir dos pasiones diferentes pero que se conectaban por momentos: la de leer y la de comprar libros. Comencé a cultivar lo que podría llamar “la vanidad del intelectual”, a saber, la de sentirme satisfecho por tener en mi poder tal o cual libro.
            Pero la capacidad de utilizar los libros para reflexionar sobre mi vino después. Recuerdo la lectura de Paula, de Isabel Allende, como un libro importante. Pero sobre todo el Diario Intimo de Frida Kahlo fue decisivo en ese giro: pasar de simplemente leer a explorar lo que leía y explorarme a través de las lecturas. Otra joven que conocí en ese entonces fue una presencia importante en este tránsito.  Ello me llevó a leer poesía con un sentido de exploración de mis afectos. Leía los poemas que me tocaban más varias veces. Luis Cernuda se convirtió, hasta el día de hoy en un referente. Su sensibilidad me permitía tocar mi propia sensibilidad.
            Cuando comprendí plenamente que el libro y la filosofía se convertirían en ejes de mi vida, comencé a leer a filósofos con cierto apasionamiento. Dewey y James, hasta que llegué a Kant, pasando antes por Hegel. A pesar de su dureza, la Crítica de la razón pura ha sido el libro filosófico que encontré más fascinante y bello. Disfruté cada vez que leía, y sigo sintiendo el mismo goce aún ahora. Tal vez el filósofo que más he leído es Kant, no en vano le dediqué dos tesis, y haría una tercera en Kant. Kant me estructuró la cabeza más que nadie, y Cernuda  hizo lo mismo con la sensibilidad. Tanto en la filosofía como en la literatura encontré libros y autores que me apasionaron, Kant y Cernuda me marcaron decididamente.

            Mu relación con la novela ha sido diferente. Leí novelas esporádicamente. Actualmente tengo a Tiempos difíciles de Dickens entre mis manos. Paris era una fiesta de Hemingway, los cuentos de y Nieve de primavera de Mishima. Ente los cuentos, Muerte en estío, El patriota y El sacerdote. Pero hay muchas cosas que esperan por mí. A veces quisiera tener más tiempo para leer lo que me apasiona, y a veces lo hago, descuidando las otras cosas. En un momento de mi vida decidí tomar las cosas con más ligereza y sopesar mis prioridades con más frescura. En fin. Ya no me angustia tanto no haber leído jampas el Quijote, ni tampoco me quita el sueño no hacer lo que debiera por hacer lo que me da la gana.

sábado, 20 de julio de 2013

TE RECUERDO AMANDA

Hace unos días Milagros Leyva entrevistó a Elena Romero en 5 minutos. Al comenzar su intervención,  Romero le recitó parte de la canción de Víctor Jara: Son cinco minutos, la vida es eterna en cinco minutos. Suena la sirena, devuelta al trabajo. Y tú caminando lo iluminas todo. Los cinco minutos te hacen florecer. La consternación de Leyva no pudo ser más notoria, indicio de una profunda ignorancia.  No sabía nada de Víctor Jara, pues “Te recuerdo Amanda” es la canción más conocida del cantautor chileno.
Te recuerdo Amanda es la canción más hermosa que conozco que relata la relación de amor de dos obreros. La canción incorpora una reflexión sobre el tiempo, sobre el instante del encuentro. “La vida es eterna en cinco minutos” es una preciosa metáfora que inspiró parte de mi adolescencia y mi primera juventud. Canté infinitas veces la canción. Una poderosa inspiración por la figura de Víctor Jara y lo que significó para la izquierda chilena y latinoamericana. Jara, meses antes de ser asesinado en el Estadio Nacional de Chile por órdenes de Pinochet, vino a Lima y cantó en la Concha Acústica del Campo de Marte.
Los jóvenes de entonces, 1973, cuentan que en principio para ingresar al concierto tenían que llevar consigo un ejemplar de La República. Pero los organizadores comenzaron a cobrar 10 soles de oro a quienes querían entrar. Al llegar a sus oídos este hecho, Jara tomó el micrófono diciendo que si no dejaban entrar gratis a los compañeros que estaban fuera él no cantaría. Añadió que él no cobraba por sus conciertos.
Desde muy temprano empaté con la sensibilidad de Víctor Jara. Su sensibilidad es doble: social e íntima.  La fineza de sus canciones expresan una íntima alma en la que las condiciones de vida de los más desventajados resuenan con especial intensidad. Pero su obra muestra una amplia cultura. Es la expresión de una izquierda culta y sensible.  Además, expresión de un movimiento musical que se desarrolló en Chile y en Argentina: Violeta Parra, Inti Illimani, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa (La Negra). En Perú no hubo algo así, sólo Tiempo Nuevo y Kiri Escobar, y otros pocos.
Pero para mí, Víctor Jara fue un gran motivador de ideas y sentimientos. Su arte e historia. Marcó mi juventud. Cuando estuve en Chile pude escuchar relatos sobre los últiimos momentos de Jara y del ambiente que se vivió en esos días tremendos. No me sorprende que personas como Leyva no tengan la menor idea de “Te recuerdo Amanda”. Para tener una idea de lo que significa esa canción hay que tener cierta cultura. Y en este país, la derecha no brilla por su cultura. Es por ello que la sola idea de que Martha Meier sea homenajeada en la Feria del Libro resunta una contradicción y un escándalo nacional.
Dejo el link de la canción, por si alguien quiera recordarla o conocerla.


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jueves, 11 de julio de 2013

MI RELACIÓN CON EL CINE

                Desde niño y adolescente mi relación con el cine fue muy fluida y familiar. Vivía a una cuadra de un cine de barrio. En ese entonces no existían los multicines y hoy el cine al que iba todos los sábados por la tarde es actualmente un bingo. Desde niño iba allí con mis hermanos y de adolescente comencé a ir solo a diferentes cines de Lima. A muchas personas no les gusta ir al cine solas. Para mí es una experiencia privilegiada, aunque a veces me gusta ir en compañía. Depende de mi tiempo interno.
            Como tenía dificultades con la lectura, y casi todas las películas que pasaban en el cine tenían subtítulos y eran en inglés, entendía la mitad de la trama. Lo que no lograba comprender lo completaba con mi imaginación, de tal manera que sobre la base de lo que había visto creaba una historia propia, y durante la semana reformulaba la historia, de tal maneras que al ver una película podía tener dos o tres historias diferentes.  Ello lo veía como una pérdida y una ganancia. Pérdida, porque no podía enterarme de la historia completa; ganancia, porque me permitía desarrollar más mi imaginación. Pero algo que disfrutaba realmente del cine era la pantalla grande. Era algo muy diferente a la del televisor. Ello me permitía experimentar una serie de sentimientos con cierta intensidad. Desde entonces asisto al cine para ser tocado en mis sentimientos.
            Con el tiempo logré manejar mejor lo de los subtítulos. Las películas que al verlas una primera vez me llamaban la atención las veía otra vez, en el cine, por supuesto. Y ahora, si me interesa especialmente, ahora compro el DVD. Hay películas que las veo dos veces, para entender bien algunos pasajes. Hay otras que las veo varias veces, porque me ayuda a pensar.  Con esto, además de la imagen y la pantalla grande, ingresó en mi experiencia con el cine la historia, especialmente, la de las películas dramáticas. O puede ser que encuentre interesante algunas películas históricas o de acción, como el Batman de Nolan.  La historia de las películas estimulan mi capacidad de análisis: aspectos psicológicos, sociales, filosóficos, históricos. Se convierte en una herramienta para comprender al ser humano y su visión del mundo. Para este fin, no hago la absurda distinción entre películas estadounidenses y europeas, o de otros continentes. Una película interesante no tiene nacionalidad. Claro que, de acuerdo a la nacionalidad, las películas se inscriben en una tradición cinematográfica. Eso se puede percibir con cierta claridad.
            Un elemento adicional en mi relación con el cine es el tratar de comprender las tradiciones cinematográficas, por ello veo películas antiguas que son hitos importantes en la historia de esas grandes tradiciones. Por temporadas veo películas de un mismo director clásico, o varias que pertenecen a una misma escuela, como el expresionismo alemán. Claro, rara vez las encuentro en los cines, pero sí en DVD.
Recientemente he comenzado a escribir sobre cine. Hace años una persona muy inteligente me sugirió el que lo haga. Dedo confesar que me daba temor, pues no sabía cómo hacerlo. Pero hice atrás mis temores y hace unos meses comencé a escribir sobre las películas que me interesaban. Estos textos no tienen objetivo de crítica cinematográfica, sino de una reflexión más amplia. En realidad, escribo para compartir mi experiencia con esas películas o directores. Me considero una persona audiovisual, aunque la filosofía me ha forzado a ser lector. Los contactos más significativos con el mundo cuando era niño era la TV, y luego el cine. Mucho después vino el libro. Tal vez por ello tengo reticencias a leer críticas de cine o libros de historia del cine, aunque he de confesar que me gustaría leer un buen libro de historia del cine y otro de historia del Jazz.

Si estas “confesiones” sirven a alguien, allí las dejo, sino, las utilizo yo para mi reflexión personal y mi autocomprensión práctica. 

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martes, 2 de julio de 2013

ROSSELLINI Y EL SENTIDO DE LA VIDA (SEGUNDA PARTE)

Paisá  y Alemania año cero son las segunda y tercera películas, respectivamente, del neorrealismo italiano.  Paisá presenta la “liberación”  de Italia de la ocupación Nazi por parte de las fuerzas aliadas. El segundo capítulo de la película se desarrolla en Nápoles y presenta la experiencia de desorientación que vive un soldado negro norteamericano en una ciudad inmersa en la ruina material y moral. El soldado tiene el sueño de volver a su hogar pronto aportando un poco de prosperidad, pero lo que encuentra en Nápoles es justamente todo lo contrario. La guerra y el desastre humano hacen que el sentido de la vida y sus anhelos se quiebren. Su entrega al alcohol es un síntoma del debacle de su mundo, y aunque representa a las “fuerzas vencedoras”, este soldado estadounidense no experimenta lo que vive como una victoria, sino como todo lo contrario.
Por fortuna, este soldado encuentra la compañía de un niño napolitano que, en cierta manera, lo protege de un medio  hostil marcado por la astucia de la necesidad hizo surgir en los napolitanos. El mismo niño en cuestión es un “niño de la calle” que está en condiciones de mostrarle los pasajes más seguros y los lugares donde se pueden encontrar recursos. Y aunque podría utilizar su astucia napolitana, el pequeño decide no aprovecharse de su situación de ventaja ¿Quizás algo de sentido se puede hallar en todo ello?
Edmund, en Alemania año cero, es otro niño que experimenta la deblaque  de Berlín una vez terminada la guerra. Ahora la mirada de Rossellini se concentra la Alemania de 1948. Lo que se observa son ciudades material y socialmente colapsadas. Edmund, junto con su hermana, terminan por ser el sostén de una familia de cuatro miembros, especialmente de un padre que está gravemente enfermo y de un hermano, que por haber combatido en el ejército Nazi, teme ser puesto en prisión por las fuerzas francesas de ocupación. El padre se siente un  peso para la familia y preferiría morir. De hecho, guarda entre sus cosas un veneno que podría quitarle la vida.
En uno de los momentos centrales de la película, el pequeño Edmund se encuentra con su antiguo profesor de la escuela. Se trata de una persona mayor, que bajo las nuevas circunstancias, se encuentra empleado en la casa de una persona de dinero y vinculado al mercado negro. El maestro, al enterarse que el padre de Edmund, estaba grave, le da la enseñanza que había recibido en el Nacional Socialismo: en el mundo sólo sobreviven los superiores, y los débiles deben ser sacrificados para beneficio de los fuertes”. Quizás esta haya sido la explicación que le permitió comprender por qué Alemania perdió la guerra. Pero el mensaje para Edmund era claro y sin ambigüedades; el padre debía ser eliminado.  Posiblemente el padre comparta esta misma perspectiva. Pero el pequeño, más que hacerlo sólo porque esa es una ley de la “naturaleza”, lo hace también porque ama a su padre; así que en un momento de desesperación le da de beber el veneno. Al caer en la cuenta de lo que hizo, y al ser recriminado por su propio maestro, el pequeño decide quitarse la vida. ¿Tenía el discurso Nazi la posibilidad de seguir dotando de sentido a la vida de las personas, o es que las acciones llevadas adelante por esas creencias socavaban en sentido de la vida y conduciendo al suicidio?   En todo caso, el desenlace muestra una profunda pérdida de sentido.

La experiencia de la guerra tocó profundamente a Rossellini, un director profundamente sensible e inteligente. El esfuerzo de su producción cinematográfica tiene como uno de sus grandes ejes plantearse la pregunta por el sentido que la vida adquiere durante la guerra y después de ella. La guerra misma significó una gran conmoción para Europa. Es por eso que una de las preguntas centrales es la siguiente: ¿de qué manera los italianos y los europeos podrían reconstituir en sentido de sus vidas? Películas como Stromboli  y Europa ’51 son un testimonio de esta gran interrogante. 

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